No recuerdo analogía más hermosa, y que me haya dejado una
impresión tan cálida y duradera como la que hace Asimov en el primer capítulo
de El Río Viviente, la Fascinante Historia del Torrente Sanguíneo, analogía con
la que explica la función de la sangre.
Este líquido,
encargado de llevar nutrientes a cada una de las células de nuestros
complejos organismos de mamíferos, no es otra cosa, dice Asimov, que un poco de
mar atrapado dentro de nosotros.
El Río Viviente es uno de mis libros más queridos, a pesar
de que su lectura me resulta difícil, por su nivel científico. No obstante los
escollos que representa—para mí, al menos—la lectura sobre citología,
bioquímica, fisiología y otras materias,
afirmo que el buen Asimov triunfa totalmente en volver apasionante la historia
de la sangre.
La sangre tiene historia, es decir, que no siempre fue lo
que es. Cuando éramos seres unicelulares no necesitábamos sangre, ya que
flotábamos en una nutritiva y cómoda masa de agua salada que nos brindaba todo
lo necesario. Era como solo estirar la mano a la alacena llena de cervezas, sin
tener que trabajar. Este idílico estado no podía durar eternamente.
Con el paso de cientos, miles y millones de años (que para
la naturaleza no son nada), los organismos fueron haciéndose cada vez más
complejos. Donde antes había una célula, ahora había varios miles y después,
varios millones, cumpliendo funciones cada vez más especializadas, colaborando
entre sí, y quedando cada vez más lejos del nutritivo mar.
Las primeras agrupaciones celulares resolvieron el problema
abriendo canales o surcos entre ellas mismas, para que el mar en que flotaban
entrara y saliera sin problemas, llevando nutrientes y arrastrando desechos.
También desarrollaron el recurso de formar una especie de cúpula bajo la cual
el mar pudiera entrar y salir. Pero hubo
un límite a esta solución debido, por un lado, a que el impulso del mar para
llegar a sitios recónditos no era suficiente y por otro, a que llegó un
momento en que miles de organismos evolucionaron para ser animales y
mientras que unos continuaron en el mar, otros se fueron a tierra firme.
Quienes continuaron en el mar, como organismos complejos, no
la tenían tan sencilla para llevar alimento a cada célula, pero
definitivamente, su vida era más fácil que la de los que se fueron a tierra.
Entonces, la naturaleza, la evolución o la inteligencia
cósmica, quien sea (es un debate aparte), determinó una solución pasmosa. Si el
animal no puede estar en el mar, entonces… ¡el mar puede estar dentro del
animal! Y si fuera del cuerpo es un océano, por dentro de él se vuelve un río.
Un río viviente: eso es la sangre.
“Cualquier criatura unicelular en el mar, tan pequeña que se
necesita un microscopio para verla, dispone de billones de veces más sangre que
nosotros”. Con esta provocativa frase abre Asimov el primer capítulo: “Una
pizca de océano”.
Exhaustivo, detallado, preciso y siempre humorístico, como
sabe cualquiera que sea su seguidor, Asimov toca todas las facetas relacionadas
con la constitución y naturaleza de la sangre, incluidos algunos de sus
padecimientos más frecuentes. Como todo en el cuerpo humano se relaciona entre
sí, al estudiar sobre la sangre, el autor nos hace aprender sobre el
funcionamiento del hígado, el corazón, los riñones, las interacciones entre
oxígeno, nitrógeno y bióxido de carbono, la forma en que se absorben los
alimentos en el intestino, el sistema inmunitario y un largo, largo etcétera.
Apasionante, el libro, editado originalmente en 1960, en
Estados Unidos, contiene capítulos de título tan atractivo como cualquier
novela del buen doctor: “Incidentes en la ruta del oxígeno”, “La sal de la
tierra”, “La vitamina roja”, “Manteniendo a raya el peligro exterior”, los
cuales muestran el porqué Asimov fue y será por mucho tiempo el maestro
indiscutible de la divulgación científica.
No faltan, como es común en él, pequeñas alusiones a su
persona y a sus inclinaciones. Al hablar de la grasa que el cuerpo humano
acumula, por ejemplo, señala que las mujeres suelen conservar más grasa que los
hombres, lo cual, dice, no les agrada a ellas, pero debería, ya que les brinda
esos contornos suavemente redondeados
que son, “si se me permite decirlo, deliciosos”.
Invito al lector a conseguir
un ejemplar de este libro y adentrarse en los sutiles mecanismos de la sangre.
Desgraciadamente, que yo tenga conocimiento, no ha sido editado recientemente,
pero pueden comprarse por internet ediciones viejas. La mía es de 1976, editada
por Limusa.
Para cerrar este comentario, transcribo el párrafo final del
libro, en el cual Asimov resume con claridad qué es la sangre:
“Es el infatigable sistema de tránsito del organismo, con
dispositivos especiales para llevar oxígeno de los pulmones a las células y el bióxido de carbono de las células a los
pulmones; para conducir desperdicios nitrogenados a los riñones y los productos
de la digestión al hígado; para transportar azúcares, lípidos y proteínas a
todas las células; para llevar iones, hormonas y vitaminas adonde sean
necesarios; para distribuir el calor según los requisitos; para traer a las
reservas de defensa a los lugares de invasión por peligros externos. Y para
coronar todo eso, es un líquido que sella automáticamente y tapa los escapes
posibles…No hay nada en el mundo como él”.
Y todo eso, mientras estamos vivos, ¡corre por nuestro
interior!
¿Sabes donde lo puedo conseguir? Lo necesito...
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