Texto publicado en septiembre del 2010 en KYA!
Orquídea Fong
Podría iniciar diciendo que la independencia, como estado
abstracto y concreto, no existe. Que en sentido estricto no es posible ni
deseable, porque todos los seres vivos dependemos unos de otros y de nuestro
entorno, natural y artificial.
Pero si aceptamos, como punto de partida, que algo llamado
independencia sí es posible y que, efectivamente, México la tiene con respecto
de otros países, entonces puedo hablar
de lo que es una consecuencia de vivir independiente: formar la identidad.
La identidad es indispensable para formar una nación fuerte,
una nación que tenga dignidad, sentido del futuro, visión de largo plazo,
consciencia de lo que heredará a sus hijos. Si juzgamos a partir de ello (y
aclaro que es sólo mi opinión), hemos fracasado lamentablemente. Nuestra
supuesta identidad es sólo un fantasma.
De acuerdo con mi entendimiento, formado a partir de
lecturas de toda índole, la identidad es la noción que cada individuo tiene de
sí mismo, una especie de pintura formada con
trazos como el género, el lugar
de origen, el apellido, la posición social, el origen étnico, los estudios, el
equipo de fútbol preferido, la religión y mucho más.
Así, alguien puede definirse como mexicana, mujer,
veracruzana, cumbianchera, cristiana, arquitecta, mulata y americanista “de
corazón”. Otra persona puede llamarse
mexicano, chilango, comerciante, ateo, priista y homosexual. Todos estos
elementos y otros más, se combinan en una sola personalidad y son parte de lo
que la persona siente como suyo. El formar una identidad personal es
indispensable, a mi modo de ver, para moverse en el mundo y sólo los místicos
han logrado desprenderse de todas esas máscaras para simplemente SER.
Ahora, si tan complicada es la identidad personal,
imaginemos lo que es construir una identidad nacional. Además, la identidad
nacional debe contener la infinita variedad de las identidades personales.
Construir tal cosa en su población es una tarea que se impone todo Estado, ya
que viene a ser el garante de cierta estabilidad. Y en México, a 200 años de
iniciada la Guerra de Independencia, los elementos que poseemos para construir
una identidad nacional son meros retazos, caricaturas, humo.
No soy la primera, y mucho menos, la mejor, en preguntarme
de qué está compuesta la identidad del mexicano. Naturalmente, el haber nacido
en el país es el punto de partida. Pero eso significa bien poco. Hay muchos
elementos que nos dividen y que idealmente, deberían unirnos.
Puntos escasamente comunes
La religión, en otro tiempo el gran aglutinante—el propio
Hidalgo enarboló el estandarte de la Virgen para simbolizar su lucha—se
desmorona sin remedio. Y bien analizada, nunca fue totalmente efectiva.
La cocina ciertamente unifica, pero por zonas y claro, hasta
cierto punto. Detecto que la identidad que proporciona es a nivel local. No
podemos, realmente, hablar de “comida mexicana”. Hablamos de comida michoacana,
oaxaqueña, jalisciense, etc. Lo mismo pasa con la música, los bailes, las
vestimentas, sobre todo en grandes ciudades, donde cada quien puede unirse a la
tribu urbana que se le dé la gana, muchas de influencia extranjera.
El origen étnico es, si cabe, el elemento más
“anti-identidad” que tenemos. En este país, nacer blanco es una fortuna, nacer
moreno, una desdicha. A mi hija, en diversas ocasiones le han dicho que es
“morena, pero bonita”. “Indio” es uno de los peores insultos y a las mujeres,
en los mercados, para halagarlas se les dice “güerita”. Y sin embargo,
pretendemos enorgullecernos de nuestras raíces indígenas y repudiar la
dominación española.
Símbolos patrios
Naturalmente, lo que debe aglutinar a una población tan
grande y diversa tiene que ser algo por encima de todo, englobador, abarcador,
sumamente general. De ahí, la creación de los símbolos patrios, que se han
inculcado generación tras generación. La bandera, el himno y el escudo
nacionales son prácticamente lo único que todo mexicano reconoce como propio y
son insuficientes para conformar una identidad de nación. (Y eso, sin
particularizar en los casos de minorías
religiosas o étnicas, como en mi caso, que tengo también origen chino).
¿Por qué? Porque son
elementos que apelan únicamente a lo subjetivo, a lo emocional. Cualquiera
puede emocionarse al escuchar el himno, conmoverse al ver la bandera (sobre
todo si anda lejos de la patria), pero esas conmociones tienen muy poco efecto
práctico. No nos provocan real solidaridad, real comunidad de intereses. Es
decir, ¿el recordar los colores de la bandera evita que tiremos basura?, ¿evita
que contemos chistes denigrantes sobre “un mexicanito”?
Es de sorprender la especie de esquizofrenia social que
impera cuando la gente dice: “es que el mexicano es así o asado”, o insulta a
otro llamándole “pinche indio”. Es evidente que no nos sentimos iguales, que
somos una sociedad fragmentada, que no tenemos un verdadero soporte común que
resista la multiculturalidad que es nuestra realidad.
La mala formación de los maestros que inculcan los valores
cívicos no ayuda. Tampoco la infame calidad de los contenidos televisivos, que
en fechas como estas no dejan descansar el estímulo de los componentes más
baratos de la supuesta mexicanidad. Nos bombardean con cantantes y conductores
prefabricados, a sueldo de Televisa o Tv Azteca, cantando o gritando el
“orgullo de ser mexicano”, el “amor por la tierra”, la “alegría que nos caracteriza”
y otras nociones vacías y puramente emocionales.
Como una droga
Lo malo de apelar a lo emocional es que es como una droga:
da un buen subidón, se disfruta y es rico, pero dura muy poco y además, deja
resaca. Durante el estado eufórico, el asistente a la imponente ceremonia
cívica o el espectador de una “Fiesta Mexicana” llena de colorido y canciones
rancheras, se puede sentir capaz de todo por su país. Hasta de morir por la
patria, vamos.
Pero, el efecto pasa y al día siguiente, la realidad se impone.
Las lágrimas que los colores patrios nos hicieron derramar fueron hermosas,
pero no vemos absolutamente ninguna
contradicción entre el patriotismo y el
hecho de tirar, en la esquina de un parque, tres bolsas de basura con los
desechos de la gran celebración mexicana. Me imagino que nadie piensa que ese
pobre parque es la patria.
Propaganda
Durante este “Año de la Patria”, el gobierno de Calderón ha
intentado vitaminar la identidad nacional enviando libros de historia y
banderitas a cada hogar del país. Además de dispendioso, este gesto
propagandístico es ineficaz. Felipe Calderón ha querido aprovechar al máximo la
mera coincidencia de que es presidente en esta fecha para darle algo de brillo
a su administración. Ha querido
identificar a su administración con la patria misma. Como todo político,
habla a nombre de todos los mexicanos, como si fuera la voz del país mismo.
“Los mexicanos queremos…” y “los mexicanos pensamos…”, son sus muletillas de
rigor.
El evidente objetivo de la propaganda desplegada durante los
festejos del bicentenario, es lograr que
en la mente de los individuos se identifiquen en uno solo el patriotismo con el
apoyo al presidente. Lo mismo hacen de forma frecuente los políticos norteamericanos,
aunque, lo admito, de forma mucho más descarada.
Así, un mexicano patriota es un mexicano que apoya al
presidente. No es otro el mensaje de la
propaganda calderonista, aunque mal haría él en decirlo explícitamente.
Afortunadamente, si se le toma el pulso a la opinión de muchos mexicanos
instruidos—a través de las redes sociales—se puede uno enterar de que en una
amplia capa de la población más informada, la estrategia falla el blanco por
muchos, muchos metros.
Eso es bueno o es malo según como se mire. Es malo si
consideramos que los restos de ese pálido fantasma llamado identidad se están
desvaneciendo. Hace pensar que poco nos queda que nos una. He leído numerosos
comentarios desdeñosos hacia el himno, la bandera y la celebración del
bicentenario y muchos absolutamente procaces en contra del presidente.
Es bueno si pensamos que una parte de nuestra nación tal vez
esté aprendiendo, de una vez por todas, a fincar su actuación en el
pensamiento, la crítica, la información y el análisis y dejar de lado los
“pasones” patrióticos, los gritos rancheros,
los “¡Viva México Cabrones!” y los simbolismos vacíos.
Postdata
Es septiembre del 2011. Más gente que el año pasado propone dejar hablando solo al presidente, a la hora de dar "El Grito" en el balcón de Palacio Nacional. Dudo que el zócalo quede vacío, pero es innegable que el país debería reflexionar, y no usar este tiempo para autoengañarse con inyecciones de patriotismo inútil.
Ha sido un año cruel, en el que la política oficial en materia de combate al narco, la corrupción y el deplorable nivel de actuación política han quedado obscenamente descubiertos.
La situación es más dolorosa aún que el año pasado. A 201 años del inicio del movimiento de independencia, nuestra nación se encuentra herida. Ni idea a dónde llevará esta coyuntura.
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