miércoles, 14 de septiembre de 2011

Doscientos un años...





Texto publicado en septiembre del 2010 en KYA!


Orquídea Fong

Podría iniciar diciendo que la independencia, como estado abstracto y concreto, no existe. Que en sentido estricto no es posible ni deseable, porque todos los seres vivos dependemos unos de otros y de nuestro entorno, natural y artificial.

Pero si aceptamos, como punto de partida, que algo llamado independencia sí es posible y que, efectivamente, México la tiene con respecto de otros países, entonces puedo  hablar de lo que es una consecuencia de vivir independiente: formar la identidad.

La identidad es indispensable para formar una nación fuerte, una nación que tenga dignidad, sentido del futuro, visión de largo plazo, consciencia de lo que heredará a sus hijos. Si juzgamos a partir de ello (y aclaro que es sólo mi opinión), hemos fracasado lamentablemente. Nuestra supuesta identidad es sólo un fantasma.

De acuerdo con mi entendimiento, formado a partir de lecturas de toda índole, la identidad es la noción que cada individuo tiene de sí mismo, una especie de pintura formada con  trazos  como el género, el lugar de origen, el apellido, la posición social, el origen étnico, los estudios, el equipo de fútbol preferido, la religión y mucho más.

Así, alguien puede definirse como mexicana, mujer, veracruzana, cumbianchera, cristiana, arquitecta, mulata y americanista “de corazón”.  Otra persona puede llamarse mexicano, chilango, comerciante, ateo, priista y homosexual. Todos estos elementos y otros más, se combinan en una sola personalidad y son parte de lo que la persona siente como suyo. El formar una identidad personal es indispensable, a mi modo de ver, para moverse en el mundo y sólo los místicos han logrado desprenderse de todas esas máscaras para simplemente SER.

Ahora, si tan complicada es la identidad personal, imaginemos lo que es construir una identidad nacional. Además, la identidad nacional debe contener la infinita variedad de las identidades personales. Construir tal cosa en su población es una tarea que se impone todo Estado, ya que viene a ser el garante de cierta estabilidad. Y en México, a 200 años de iniciada la Guerra de Independencia, los elementos que poseemos para construir una identidad nacional son meros retazos, caricaturas, humo.

No soy la primera, y mucho menos, la mejor, en preguntarme de qué está compuesta la identidad del mexicano. Naturalmente, el haber nacido en el país es el punto de partida. Pero eso significa bien poco. Hay muchos elementos que nos dividen y que idealmente, deberían unirnos.

Puntos escasamente comunes
 El idioma, que en muchas naciones es fundamental para afianzar la identidad, en México es ajeno, impuesto, y nuestra primera información sobre él es que se llama idioma “español”. Muchos niños se sorprenden y los he escuchado: “¿Pues que nuestro idioma no se llama ‘mexicano?”. Y cuando se enteran que existen idiomas ‘mexicanos’ (dialectos indígenas), pero que ellos no lo hablan, ni sus padres, ni la tele, ni el radio, sino solamente ‘los indios’, su confusión es mayúscula.

La religión, en otro tiempo el gran aglutinante—el propio Hidalgo enarboló el estandarte de la Virgen para simbolizar su lucha—se desmorona sin remedio. Y bien analizada, nunca fue totalmente efectiva.

La cocina ciertamente unifica, pero por zonas y claro, hasta cierto punto. Detecto que la identidad que proporciona es a nivel local. No podemos, realmente, hablar de “comida mexicana”. Hablamos de comida michoacana, oaxaqueña, jalisciense, etc. Lo mismo pasa con la música, los bailes, las vestimentas, sobre todo en grandes ciudades, donde cada quien puede unirse a la tribu urbana que se le dé la gana, muchas de influencia extranjera.

El origen étnico es, si cabe, el elemento más “anti-identidad” que tenemos. En este país, nacer blanco es una fortuna, nacer moreno, una desdicha. A mi hija, en diversas ocasiones le han dicho que es “morena, pero bonita”. “Indio” es uno de los peores insultos y a las mujeres, en los mercados, para halagarlas se les dice “güerita”. Y sin embargo, pretendemos enorgullecernos de nuestras raíces indígenas y repudiar la dominación española.

Símbolos patrios 
Naturalmente, lo que debe aglutinar a una población tan grande y diversa tiene que ser algo por encima de todo, englobador, abarcador, sumamente general. De ahí, la creación de los símbolos patrios, que se han inculcado generación tras generación. La bandera, el himno y el escudo nacionales son prácticamente lo único que todo mexicano reconoce como propio y son insuficientes para conformar una identidad de nación. (Y eso, sin particularizar en los casos de minorías  religiosas o étnicas, como en mi caso, que tengo también origen chino).

¿Por qué?  Porque son elementos que apelan únicamente a lo subjetivo, a lo emocional. Cualquiera puede emocionarse al escuchar el himno, conmoverse al ver la bandera (sobre todo si anda lejos de la patria), pero esas conmociones tienen muy poco efecto práctico. No nos provocan real solidaridad, real comunidad de intereses. Es decir, ¿el recordar los colores de la bandera evita que tiremos basura?, ¿evita que contemos chistes denigrantes sobre “un mexicanito”?

Es de sorprender la especie de esquizofrenia social que impera cuando la gente dice: “es que el mexicano es así o asado”, o insulta a otro llamándole “pinche indio”. Es evidente que no nos sentimos iguales, que somos una sociedad fragmentada, que no tenemos un verdadero soporte común que resista la multiculturalidad que es nuestra realidad.

La mala formación de los maestros que inculcan los valores cívicos no ayuda. Tampoco la infame calidad de los contenidos televisivos, que en fechas como estas no dejan descansar el estímulo de los componentes más baratos de la supuesta mexicanidad. Nos bombardean con cantantes y conductores prefabricados, a sueldo de Televisa o Tv Azteca, cantando o gritando el “orgullo de ser mexicano”, el “amor por la tierra”, la “alegría que nos caracteriza” y otras nociones vacías y puramente emocionales.

Como una droga 
Lo malo de apelar a lo emocional es que es como una droga: da un buen subidón, se disfruta y es rico, pero dura muy poco y además, deja resaca. Durante el estado eufórico, el asistente a la imponente ceremonia cívica o el espectador de una “Fiesta Mexicana” llena de colorido y canciones rancheras, se puede sentir capaz de todo por su país. Hasta de morir por la patria, vamos.

Pero, el efecto pasa y al día siguiente, la realidad se impone. Las lágrimas que los colores patrios nos hicieron derramar fueron hermosas, pero no  vemos absolutamente ninguna contradicción entre el patriotismo y  el hecho de tirar, en la esquina de un parque, tres bolsas de basura con los desechos de la gran celebración mexicana. Me imagino que nadie piensa que ese pobre parque es la patria.

Propaganda 
Durante este “Año de la Patria”, el gobierno de Calderón ha intentado vitaminar la identidad nacional enviando libros de historia y banderitas a cada hogar del país. Además de dispendioso, este gesto propagandístico es ineficaz. Felipe Calderón ha querido aprovechar al máximo la mera coincidencia de que es presidente en esta fecha para darle algo de brillo a su administración. Ha querido  identificar a su administración con la patria misma. Como todo político, habla a nombre de todos los mexicanos, como si fuera la voz del país mismo. “Los mexicanos queremos…” y “los mexicanos pensamos…”, son sus muletillas de rigor.

El evidente objetivo de la propaganda desplegada durante los festejos del bicentenario,  es lograr que en la mente de los individuos se identifiquen en uno solo el patriotismo con el apoyo al presidente. Lo mismo hacen de forma frecuente los políticos norteamericanos, aunque, lo admito, de forma mucho más descarada.

Así, un mexicano patriota es un mexicano que apoya al presidente. No es otro el mensaje  de la propaganda calderonista, aunque mal haría él en decirlo explícitamente. Afortunadamente, si se le toma el pulso a la opinión de muchos mexicanos instruidos—a través de las redes sociales—se puede uno enterar de que en una amplia capa de la población más informada, la estrategia falla el blanco por muchos, muchos metros.

Eso es bueno o es malo según como se mire. Es malo si consideramos que los restos de ese pálido fantasma llamado identidad se están desvaneciendo. Hace pensar que poco nos queda que nos una. He leído numerosos comentarios desdeñosos hacia el himno, la bandera y la celebración del bicentenario y muchos absolutamente procaces en contra del presidente.

Es bueno si pensamos que una parte de nuestra nación tal vez esté aprendiendo, de una vez por todas, a fincar su actuación en el pensamiento, la crítica, la información y el análisis y dejar de lado los “pasones” patrióticos, los gritos rancheros,  los “¡Viva México Cabrones!” y los simbolismos vacíos.

Postdata
Es septiembre del 2011. Más gente que el año pasado propone dejar hablando solo al presidente, a la hora de dar "El Grito" en el balcón de Palacio Nacional. Dudo que el zócalo quede vacío, pero es innegable que el país debería reflexionar, y no usar este tiempo para autoengañarse con inyecciones de patriotismo inútil.

Ha sido un año cruel, en el que la política oficial en materia de combate al narco, la corrupción y el deplorable nivel de actuación política han quedado obscenamente descubiertos. 

La situación es más dolorosa aún que el año pasado. A 201 años del inicio del movimiento de independencia, nuestra nación se encuentra herida. Ni idea a dónde llevará esta coyuntura.



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