lunes, 2 de mayo de 2016

Lady 100 pesos y la crueldad del marketing

En algunos meses quizá sea necesario dar contexto de quién es Lorena, cruelmente llamada Lady 100 pesos por haber sido exhibida en estado de ebriedad, tratando de sobornar a un policía con un billete de a cien. Muchas personas han visto el video y se han burlado de ella por haber insistido en convencer a la autoridad con tan poco dinero, y porque en el forcejeo  mostró los glúteos.
Respecto a esta situación, tengo varias consideraciones que hacer.

1.- El escarnio público. Desde el apodo hasta la creación de perfiles falsos en redes sociales en donde captó miles de “fans”, dando la impresión de que ella estaba aprovechando su notoriedad. La gente se refociló en su desgracia (admito que en un inicio a mí también me dio risa)  y muchos dijeron que se lo tenía bien merecido. No. Como cualquier persona que comete una falta o un delito, merece la sanción correspondiente de acuerdo a la ley, no ser exhibida en el repugnante circo que se armó.

2.- El mal manejo periodístico de muchos medios, que se creyeron la falsedad de que Lorena estaba ya en negociaciones con Playboy, que daría una firma de autógrafos y que había creado los mencionados perfiles, que resultaron ser falsos. Muchos sitios de noticias reprodujeron tales falsedades y no fue hasta muchos días más tarde que alguien se tomó la molestia de buscar a la chica para entrevistarla. Ella aseguró que ha padecido el escarnio, que no daría ninguna firma de autógrafos ni ha creado páginas de fans.

3.- La reprobable conducta de varios Community Managers, que usaron la imagen de Lorena extendiendo el billete de a 100 para beneficiar su marca, sin ninguna consideración ética.

4.- El debate en torno al riesgo de conducir alcoholizado y los protocolos de la policía para afrontar estas situaciones, punto medular del evento, fue mínimo. Las personas que abordaron esta faceta llamaron, sin éxito, a dejar de lado la faceta “divertida” del asunto, esto es, el espectáculo de Lorena trastabillando, sin poder hablar bien e insistiendo en su intento de soborno.

Respecto al punto 3, quiero compartir aquí algo de información que pude recopilar respecto al manejo que varias marcas hicieron de la imagen de Lorena y algo del debate que se generó en un grupo de Community Managers del que formo parte.

Respecto al asunto, los que no se reían, alababan ese "subirse al barco" de la moda en torno a la joven, como un signo de astucia de mercadotecnia. Hubo críticas, pero la mayoría hacia  quienes se "subieron" demasiado tarde o a quienes ya estaban "usando" la imagen fuera de tiempo. Sólo leí a una persona a la que  se le ocurrió plantearse que era una falta de ética (leáse "falta de madre"), aunque sí se llegaron a externar algunas preocupaciones por posibles consecuencias legales por uso de imagen sin permiso. Algunos externaron molestia, pero por el exceso de tiempo que se le dedicaba en el grupo al tema, pues muchos lo agarraron de chacota. Poco o nada se dijo respecto a la parte humana.

Uso totalmente oportunista y antiético de la imagen de la joven 


Da por hecho que Lorena buscó situarse como figura pública

Se justifica el uso lesivo de la imagen con fines de marketing

Este debate fue el que más comentarios recibió


Subiéndose al tren, de manera antiprofesional y oportunista, esta marca

Este sitio reprueba esta clase de manejo, pero  enfatiza en lo dañino para la marca
Supongo que se sintieron muy creativos


 
Se usó la imagen del joven que abandonó el auto también

sábado, 30 de abril de 2016

La ciudad-útero: Bóvedas de Acero


En su extensa obra de ciencia ficción—que no sólo es física-ficción, ni robótica-ficción, sino incluso, sociología-ficción—el inmortal Isaac Asimov ensaya frecuentemente modelos alternos de sociedad situados en un lejano futuro y muchas veces, en distantes planetas. Asimov, presenta en muchas de sus novelas, situaciones en las que un modelo social es reflejo de los complejos y fobias dominantes en un colectivo.

Bóvedas de Acero, magistral novela protagonizada por el robot Daneel Oliwaw (personaje de otras monumentales narraciones) desarrolla una historia policíaca y de robots a partir de un planteamiento social y urbano muy interesante: la ciudad como ente protector y nutricio, a la vez que mutilador de la audacia humana. Un útero perenne que casi nadie quiere abandonar.

En una era futura, cincuenta planetas han sido colonizados por seres humanos provenientes de la Tierra. Cada uno de esos cincuenta mundos se ha independizado de su planeta originario y ha desarrollado una cultura propia, mientras que la Tierra se ha estancado, desarrollando una agorafobia colectiva y transgeneracional.

Los mundos exteriores tienen un mejor nivel de vida y tecnología mucho más avanzada que el planeta madre y se relacionan con la Tierra desde una posición de superioridad. Las resentidas masas que se aglomeran en las ciudades de la Tierra (que crecen hacia el subsuelo), odian a los nativos de esos mundos y algunos propugnan por su expulsión de la Tierra, junto con sus detestables robots, que han provocado un alto desempleo.

Las autoridades buscan resolver los problemas con un estricto sistema de “clasificación social”, es decir, un sistema de castas, con privilegios y obligaciones  bien compartimentados y una educación de obediencia ciega a la autoridad.

A lo largo de la trama policíaca, (que no detallaremos, pero que es estupenda), Asimov desarrolla una tesis que es recurrente en sus obras: la expansión hacia otros mundos como el destino inevitable de la humanidad. Establece Asimov que cuando esta expansión se ve coartada por la razón que sea, las sociedades desarrollan patologías y decadencia. Este tema resulta ser un eje importante en casi todas las sociedades ficticias creadas por él en sus novelas.

La evolución sociológica imaginada por Asimov consta de varios hitos: dominio de la energía atómica, invención de la tecnología para el viaje interestelar, desarrollo de una economía robotizada, colonización de otros planetas y, finalmente, el surgimiento de una gran Federación Galáctica cuya autoridad central se ejerce desde la Tierra. (Leer el Ciclo de las Fundaciones).

Las "quedadas" chinas

La expresión "sheng nu" se puede traducir como "mujer sobrante" (donde "nu" es mujer y "sheng" es "lo que sobra"), pero también, como "sheng" significa "lo que queda", bien podría traducirse como "quedada", con la misma desagradable carga que tiene en español.
El nunca bien ponderado camarada Mao Zedong, a pesar de las atrocidades que cometió en China (como la Revolución Cultural), tuvo la loable actitud de impulsar la igualdad de hombres y mujeres, a partir de la instauración del comunismo, si bien, de manera imperfecta.
A pesar de las leyes que promulgó, la reeducación y otras medidas, no pudo o no quiso combatir la moral confuciana, la cual impone severísimos deberes familiares a las personas.
La moral confuciana, (de Confucio, obviamente), pone en primer lugar los deberes y roles familiares y salirse de ellos es muy grave. Uno de los deberes, de hijos e hijas, es dar nietos a sus padres y, para los varones, cuidarlos en su vejez. Cuidar que el linaje familiar no se extinga es una enorme preocupación, y mucho más considerando la política del hijo único que estuvo vigente durante décadas.
Este estricto sistema de valores que ya de por sí asfixiaba a los chinos, se amalgamó con las disparatadas ideas que los comunistas impusieron como un deber, con el resultado que la sociedad china sufrió años y años de una especie de presidio moral, ideológico, político, social y cultural, además de la tortura de su sistema económico.
Con la apertura promovida por Den Xiaoping en los 90s inicia un sistema económico mixto con tímidos rasgos capitalistas y acercamiento con Occidente y la estricta moral presenta sus primeras fracturas.
Es de hacer notar que en China, mujer que no consigue marido es porque no se lo propone, ya que lo que de verdad sobra (en términos numéricos) son hombres, por la abominable costumbre de abortar niñas a causa de la ya mencionada política del hijo único.
Me conmueve que las chinas contemporáneas estén afirmando su ser,puesto que no solo se les ha exigido excelencia académica, profesional y hasta deportiva, sino también se espera de ellas que sean hermosas y cumplan con su rol tradicional.
Yo me alegro de que estas mujeres vayan en contra de lo que el propio Mao llamó "las cadenas de opresión milenaria".

viernes, 29 de abril de 2016

Aristegui, bajo observación

Orquídea Fong

Desmontar un mito es labor ingrata. El que se atreve puede convertirse en blanco de iras y amenazas, o por lo menos, de burlas. Quien asume este papel tiene, por fuerza, que tener una mente determinada y un espíritu sólido, ya que la cómoda costumbre de no pensar es preferida por las mayorías.

La tarea del analista y del crítico es denostada frecuentemente. Se la tilda de “negativa”, además de irreverente, mentirosa, malintencionada y motivada por la envidia. Los que así la califican son incapaces de ver que tal actividad es el motor del pensamiento científico, causa de todos los avances contemporáneos.

Dudar de todo, desmenuzarlo todo y contrastar cada afirmación y cada dato es esencial en cada actividad humana. En el periodismo, es red de contención a la inevitable tendencia de las personas de engolosinarnos con nuestras propias percepciones.

Pienso todo esto mientras releo (para esta reseña) un libro que me ha dejado deslumbrada por sus valores metodológicos y periodísticos, y que también me tiene hondamente conmovida por la fuerza de voluntad y tesón que se evidencia en su factura. “El periodismo de ficción de Carmen Aristegui”, investigación académica y periodística, que además de analizar el trabajo de la periodista, es verdadera guía de buenas prácticas en el periodismo.

Cuando este libro fue publicado en el 2013, levantó furia contra su autor, Marco Levario Turcott. Sobraron los insultos de baja estofa proferidos por internautas desconocidos y también por periodistas afamados como Sanjuana Martínez y Ricardo Ravelo, quienes, despojados de la objetividad a la que nos debemos los comunicadores, se situaron en el ámbito de la descalificación y la calumnia, lanzaron frases sarcásticas y sospechas sobre la probidad del autor, sin haber siquiera leído el libro, ya que cuando lanzaron sus ataques, sólo se había divulgado un avance de éste.

Acotaré aquí que Sanjuana Martínez  fue sentenciada recientemente por difundir afirmaciones sin prueba en contra del perredista Jesús Ortega, y que Ricardo Ravelo se encuentra actualmente al servicio del gobierno de Javier Duarte, gobernador de Veracruz, un régimen bajo el que han muerto 17 periodistas. Las ofensas se toman de quien vienen.

Un libro riguroso
“El periodismo de ficción de Carmen Aristegui”, es una obra de análisis sobre la labor informativa de la comunicadora a la que miles de ciudadanos han entregado su fe ciega, en una suerte de religiosidad laica intensamente dogmática.

miércoles, 20 de abril de 2016

Una crónica muy íntima

Desde la normalidad, el sopor se acerca pausado. Me resisto a dejarle pasar, me molesta, no me agrada, no le doy la bienvenida.

Cierro los ojos al sentir cierto cansancio y los abro de nuevo. Continúo. Debo trabajar. Leer, escribir. Pero entiendo poco. Al escribir, confundo las letras, o pongo punto donde debería ir un espacio. La luz de la pantalla me cansa la vista y el ruido del ambiente se vuelve cada vez más insoportable.

Me resisto. Siempre pienso que la voluntad tendrá algún efecto y lo tiene, pero no para bien. Sólo logra que retrase el momento del descanso.

Pero llega mi derrota. La conozco bien. Mi barbilla cae sobre mi pecho y mis manos quedan lacias. No puedo moverme, abrir los ojos o hablar, pero sigo consciente de mi entorno. Todo tiene que ver con las zonas del cerebro que en este instante se encuentran alteradas, intercambiando señales eléctricas de manera desordenada. Nunca pierdo la conciencia. Eso ha sorprendido a algunos médicos y me ha puesto en situación vulnerable en algunas ocasiones.

jueves, 18 de junio de 2015

En el fondo de mi taza


Orquídea Fong

Beber café es entrar al espacio donde la libertad existe, y lo posible tiene un aroma que perseguimos, incansables.

Al primer sorbo de café, todo se pone en orden, nuestro interior se alinea, la ansiedad se calma, llega la paz y quedamos envueltos en una atmósfera de magia terrenal, de poder infinito que aferramos con la mano. Se abren puertas y ventanas por las que miramos, asombrados, todas las posibilidades que están en este mundo para que las toquemos, las hagamos nuestras, las metamos en nuestra sangre y las hagamos gritar.

Cuando bebo, aspiro o huelo café, lo que era una niebla informe se convierte en palabras ordenadas e ideas afiladas. Mi mente se desdobla por su efecto veloz, de amable alucinógeno.  Hay café suave, de terciopelo; lo hay  tosco y severo, también perfumado, o discreto,  y cada uno crea su propio mundo dentro y fuera de mí.

Y por si todo esto fuera poco, el café, milenaria bebida que es compañía y consuelo para las almas humanas--¿quién no se siente menos solo, de madrugada camino al trabajo, si lleva un vaso caliente con café en la mano?—no sólo nos habla hacia adentro, sino también es materia que se deja configurar para hablar hacia el exterior, para decir de quiénes somos y de nuestro futuro.

 El futuro en el café
Buscamos augurios en todas partes. Hacemos que todo diga de nosotros, ya que creemos, en nuestra comprensible arrogancia humana, que la naturaleza toda está hecha para nuestro servicio, o actúa en nuestra contra, o nos habla, o nos amenaza. Nosotros, siempre nosotros, humanos, en el centro de todo.

Así, hemos buscado augurios en las nubes, en las llamas de una hoguera, en las entrañas de un animal muerto; hemos creado sistemas de cartas, de varas, de dados, de monedas, que pretendidamente, nos dirán los caminos que recorrerá nuestro diminuto destino personal.

Las bebidas o alimentos que dejan residuos han sido grandes favoritas para predecir el futuro. El té, que deja al fondo de la taza sus hojas mojadas y el café, que deja la fina o tosca arenilla (según el molido) al final de ingerirlo, se han empleado, desde hace muchos siglos, para atisbar a esa región ignota a la que nunca queremos llegar desprevenidos.

De Medio Oriente, según la leyenda, nos llega la amada infusión hecha de granos de café tostados y molidos y de la misma región, el arte de leer el futuro en los posos del café.

Pocos oráculos tan personales hay como este, ya que la materia prima que es vehículo del mensaje ha estado en contacto directo con nuestro cuerpo. La boca bebe el líquido, la mano sostiene la taza y el alma se entrega en el acto deleitoso de beber. Así, el polvillo que viene suspendido en la bebida, y que se va asentando poco a poco, deberá tomar la forma de nuestro destino. El café se vuelve así una forma más, de muchas, de revelar el alma del que pregunta.

Dicen los que saben que es mucho mejor beber  mientras se hace una pregunta, ya que la intención dirige a la dócil materia para responder obedientemente. Los labios en la taza, el beber con la intención de saber, muestra una conformación diferente a la que si la gente bebe por beber.

Como en todo oráculo, la parte ritualística es importante, ya que prepara la psique para algo revelador. Hay que preparar el café con calma, con cariño y reverencia, sabiendo que nos hablará de quiénes somos. Por eso, no están indicados los cafés de frasco, porque no dejan posos. Ni los hechos en cafeteras eléctricas. Ni tampoco se puede leer un café que se ha bebido con prisas y sin calma interior. Además es esencial un molido muy fino, para que esa arenilla forme dibujos  detallados.

Aunque sepamos que nuestra taza deberá ser interpretada, tendremos que apurarla sin evitar ingerir algo del molido, porque lo que quede en el fondo, mucho o poco, es cosa del destino. Si nos ha tocado el fondo mismo de la cafetera, con abundantes residuos y por ello, nuestro dibujo es muy cargado, es señal de que nos vienen días llenos de obligaciones y arduos problemas por resolver. Si es muy ligero, o casi inexistente, tendremos días amables, con pocas preocupaciones.

La codificación es sencilla, casi rupestre: se buscan dibujos y se les asigna un significado. Bebés, casas, lunas, soles, personas, rostros amables o desagradables, hablan de lo que está en camino, de lo que deseamos y de lo que puede ser un peligro para nuestros fines.
La forma más famosa de leer el café es en la taza, viendo los diseños que se han formado en el fondo. Pero también hay una variante en la que los posos del café se vierten en un paño, al tiempo que se hace una pregunta.

Si queremos iniciarnos—por  curiosidad, por diversión o por auténtico interés en las mancias—debemos ponernos en el ánimo adecuado, cumpliendo con la parte ritual que ayuda a preparar la mente. Si queremos ser muy estrictos, deberemos conseguir una cafetera turca (pues de Turquía viene este antiguo arte), preparar el café en silencio, con actitud recogida, tomando total contacto con nosotros mismos. Servirlo en una taza blanca—para café turco, precisamente—colocada  sobre un platillo también blanco.

Servido el café, beber. Si es posible, en total soledad, haciendo conciencia de lo que queremos saber, ya que somos nosotros mismos quiénes daremos forma a los posos que luego interpretaremos.

Terminado el café, agitar en círculos la taza varias veces y voltearla sobre el platillo y dejar ahí unos diez minutos, para que desciendan los posos y el líquido sobrante escurra. Luego, tomar la taza de nuevo y mirar los diseños formados en el fondo y las paredes.

Se dice que mientras más cerca del fondo estén los diseños, más cercanos en el tiempo están. Que mientras más arriba sobre las paredes de la taza, se alejan más. Lo que aparece en el fondo tiene diversas interpretaciones según qué tan cerca del asa se encuentre.

Se dice también, que a diferencia de lo que hacen las cartas, que hablan de pasado, presente y futuro en una mixtura que el consultante, ávido de respuestas, debe descifrar por sí mismo, en el café todo lo que se dice está por ocurrir, pero nunca más allá de tres meses. Hay quien asegura que uno puede predecir cada día, bebiendo una taza en las mañanas y haciendo la debida lectura.

En este querer saber lo que vendrá hay bueno y malo. Bueno, puesto que muchos aseguran que dan pasos más seguros. Malo porque dejamos de confiar en el proceso de la vida. De todos modos, aunque supiéramos todo lo que ocurrirá, seguiríamos sin tener un control completo sobre el destino,  puesto que muchas veces se nos anuncian hechos para los que de todos modos no tenemos defensa.

Un buen libro de referencia sobre los símbolos más frecuentes y su significado puede ser buena ayuda para quienes se inician, ya que tal lenguaje está conformado por la experiencia de siglos recabada por generaciones de cafemánticos.

Aunque hay otra forma, que consiste simplemente en permitir que los suaves diseños del fondo de la taza nos hablen, que  sepamos que dicen algo aunque nuestra ceguera o sordera no nos permitan entender gran cosa. El mirar fijamente lo que está en el fondo de mi taza, sabiendo que habla de mí, ya que fueron mis labios los que bebieron el líquido y con mi energía transformé la materia que flotaba, hará que sepa que está siendo mi espejo, como lo es todo lo que se usa para adivinar. Y quizá con la debida concentración, podré entender lo que yo misma me digo, a través de mi taza de café.

En última instancia, proyectamos siempre lo que somos en todas partes, en todo lo que tocamos. En cada objeto que usamos dejamos nuestra impronta. Y todas las respuestas, pasadas, presentes y futuras, están en nosotros, como parte que somos de la mente universal. Y la lectura del café, como de tantas otras cosas, es solamente un camino para dejar a esas respuestas salir a la luz de la conciencia.

miércoles, 17 de junio de 2015

Del placer y la realidad



Orquídea Fong 


Ibas caminando, vestido con  pantalón de mezclilla y  camiseta blanca, con el aspecto que tenías a los 28 años. Llevabas en la mano un vaso lleno de líquido rojo oscuro y bebías despacio, claramente consciente de que yo observaba tus labios. Después, me mirabas y me tendías el vaso, del cual yo bebía también. Pero, tal como soy, en lugar de saborear el líquido, empezaba a pensar, a analizar. Recuerdo que me preguntaba sobre el tono de rojo y por los ingredientes de la bebida... en fin, la mente, como siempre, anulando el gozo de los sentidos. En cuanto fui consciente de que estaba perdiéndome algo, tú ya te habías ido, dejándome con mucho por decir.

Fue un sueño. En realidad nunca me has ofrecido de beber de esa forma ni has acercado a mi boca un vaso. Ya sé que un sicoanalista sacaría muchas y muy obvias conclusiones. Qué me importa. Eso no fue lo que me preocupó.

Me entristeció el darme cuenta de cómo mi mente arruina mi placer. Me ha pasado infinidad de veces que andando por la calle, en una tarde perfecta, de cielo azul, nubes blanquísimas y luz dorada y transparente, mi  pensamiento empieza a fraguar definiciones y conceptos, evitando así la que debería ser total entrega a la perfección del momento.

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Te acercabas a mí, por la ancha calle, con tu paso seguro y elástico. Mirabas a los lados, como buscándome, aunque sabías perfectamente que me encontraba  frente a ti.  Llegaste ante mí, y como siempre, hiciste uso perfecto y calculado de tu voz y tu sonrisa. Como siempre, acusé el efecto en mi interior, pero no te lo di a notar. El orgullo: otra trampa de la mente que deslava los colores de los regalos que la vida nos entrega.

Yo estaba totalmente cierta de que verme te hacía desbocadamente feliz. Pero te portaste como si nos hubiéramos visto el día anterior. Como si no hubieran pasado seis meses. Y cuando te fuiste, lo hiciste como si al día siguiente nos fuéramos a encontrar. Y yo te seguí el juego, por no ser menos. Toda una tarde perdida. Eso, sin contar el sol, la luz dorada y la paz que nos rodeaba, que también desperdiciamos.

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Ha ocurrido también que escuchando música, mi pensamiento se extravía pensando en la gente, en los problemas pendientes, en recordar datos inútiles al disfrute al que quería entregarme.
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Con precaución, tomaste tu taza y diste un sorbo a tu café. Hiciste un gesto de desagrado. Me miraste fijamente. Viste mis ojos, mi pelo, mi escote. Este día no luces tan mal como otras veces, me dijiste.
A la mente le agrada probar su fuerza en malabarismos verbales. Es un inútil, pero divertido adorno de la realidad. Una forma de extraviarse, también.
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Me sucede con frecuencia que dejo de saborear lo que estoy comiendo y mastico automáticamente, viendo a lo lejos. Cuando vuelvo a ser consciente, ya he terminado la comida.
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Yo estaba sentada en medio del escándalo. Tú pasaste cerca, y saludaste  con una inclinación de cabeza. Sostuviste mi mirada intensa, pero brevemente. Querías bailar conmigo, sentirte junto a mí en el fluir de la música. Pero no me lo pediste, ni yo a ti. La timidez. Otra forma de arruinarlo todo. Una máscara creada por la mente para ahogar los verdaderos deseos.

Y te vi bailar con otras. Me viste bailar con otros. Nuestras miradas se cruzaron, pero solo reflejaron un burlón desdén, como si sólo representáramos, el uno para el otro, una mala broma.

Cuando me miré al espejo, al ir al baño, me encontré insípida y fea. Pero supe mucho después que aquella noche te parecí  hermosa. La mente condiciona la mirada. La mirada crea y recrea la realidad.

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Estabas sentado junto a mí, en la oscuridad del cine. Podía sentir tu hombro cerca del mío, cálido, duro. Tu rodilla rozaba mi rodilla ocasionalmente. Me comentabas cosas al oído, provocándome intencionalmente con tu cercanía. Te atreviste a ser dulce. Dejaste que recargara la cabeza en ti y así pasamos todo el rato.

Pero cuando más tarde quise hablar de eso, te negaste a escuchar. Alzaste la voz, bromeaste, huiste. Y yo no insistí. Negarse a mirar. No querer posar los ojos sobre el paisaje hace que los árboles comiencen a morir.

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Tocaste la puerta de mi casa y al abrir, te vi radiante, feliz de estar ahí. Tus dientes blancos eran un bálsamo,  tu presencia, un manto. Te mostraste encantador, brillante, envolvente. Me diste un regalo, pero no me dejaste que te agradeciera. No seas tonta, me dijiste. Concluí que yo no te importaba. Que te divertías únicamente.

Es la mente la que inventa el lenguaje. Y el lenguaje puesto sobre las cosas las revoluciona, casi siempre equivocadamente.
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Más también es cierto lo contrario: la mente puede ser un bisturí que descoyunte las apariencias y penetre en la esencia de las cosas. Me ha pasado el sentirme inundada de belleza ante la visión de una pared descascarada sobre la que pega el sol del mediodía.
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En la oscuridad del auto me miraste. Brillaban nuestros ojos. La soledad y la noche permitieron quitarnos los velos. Nos sonreímos auténticamente por primera vez. Tendí mi mano hacia la tuya y acaricié tus dedos, el dorso de tu mano. Mi mente empezó a interponerse, evaluando, analizando, pero hice que la materialidad de tu presencia venciera al pensamiento.

Me obligué a aspirar tu aroma, a aprenderme el camino de tus cejas, el tacto de tu pelo,  los tendones de tu cuello, tus lunares. Detuve el pensamiento para que las manos tocaran y los ojos vieran... de verdad. Y te vi. Siempre estuviste ahí, tras la frágil máscara.

Lo que es en realidad.  Casi siempre escapa a la astucia de la mente, usualmente ocupada en  labores banales que anulan el disfrute.

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Me abrazabas por la espalda. Amanecía. Tu boca estaba en mi mejilla. Te besé. Tu mirada era ancha, profunda. Te acercaste aún más a mí. Te quiero, te dije. Me miraste,  tus labios entreabiertos. A mí no me gusta querer a nadie, respondiste.

Las murallas que pone la mente. Una forma de evitar que la realidad inunde los sentidos. La manera de salvarse, de no desaparecer bajo un alud incontenible.

Volví a escrutar tus ojos. Su suavidad te desmentía. Me reí.

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Así, el placer consiste en abrir el cuerpo a lo que el mundo nos regala. En hacer de la mente  un eficaz arpón que se clave en el corazón de las cosas y los seres. En tomar sólo lo propicio.