jueves, 24 de noviembre de 2011

Unhate… myself


Orquídea Fong
Me dispongo a salir a una junta de trabajo. Escojo con cuidado mi ropa: pantalón negro, blusa negra. Me pruebo la ropa ante el espejo de cuerpo entero que tengo en el baño. Me veo de frente, de un perfil y del otro. Me cercioro que la ropa disimule al máximo mis kilos de más. Si no es así, me cambio de ropa. Pero la verdad es que, a menos que me meta a una caja, no hay forma de esconder que estoy gorda, llenita o como se le quiera decir. Convencida de esto, entro en desánimo y me voy, agudamente consciente de mi sobrepeso durante cada segundo del día.

No falta la ocasión en que miro mis piernas, mi panza, mis brazos y me dedico a denostarme. Después de todo, ¿es digna de respeto una persona así? En lo más profundo de mi ser, me siento inmerecedora de todo y siento que transmito a otros la imagen de alguien repulsivo. Intelectualmente sé que es un trauma, pero emocionalmente estoy totalmente condicionada en ese sentido.

Tenía yo nueve años cuando me volví una niña gorda. Yo no fui consciente de eso. De hecho, sólo noté que la ropa no me quedaba. Pero no fue un problema. Me compraron ropa nueva. Y seguí adelante, sin tener la noción de “soy gorda” en la cabeza, hasta el momento que empezó en mi contra lo que ahora llaman “bullying”.  Niños molestando, odiando con verdadera saña, a una niña que lo único que hacía por ofenderlos era tener unos kilos de más.

Recuerdo a uno, no diré su nombre, que solía acercarse a mi oreja y susurrar, con verdadera rabia: “¡Marrana! ¡Eres una marrana asquerosa!”. No entiendo, a la fecha, porque los gordos suscitamos tanto odio. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que acaba uno volcando ese odio hacia uno mismo, dándoles la razón a los demás. Y haciendo lo mismo en contra de quien tenga la poca fortuna de ser aún más gordo. Lo he hecho también. Y me disculpo.

En mi temprana adolescencia, ya tenía yo muy claro que mi principal defecto como persona era ser gorda.  Que si bajaba de peso, entonces, sería buena, aceptable. Bajé de peso muchas veces, pero la convicción seguía ahí y el peso sigue siendo un gran tema en mi vida.

No obstante esto, fui bastante refractaria a las dietas.  Soy demasiado tragona. Más bien me dio por el ejercicio y casi llegando a los 20, por inducirme el vómito.

Gracias a las terapias, superé muchas fases. Mejoré autoestima, relaciones, superé la bulimia, diversas enfermedades y más. Y recientemente, cosa de dos o tres años atrás, en mis interminables investigaciones en internet, que cubren cualquier tema imaginable, me topé con la impactante noción llamada “fat pride”.

El Fat Pride, una revolución
“Orgullo gordo” es la traducción literal de esta frase que describe a quienes han decidido enorgullecerse de estar gordos.  Hay casos verdaderamente extremos: personas que pesan más de 300 kilos y que se dicen tan felices que piensan seguir ganando peso. Aseguran que ese nivel de gordura es bello, sexy y que ellos son personas tan valiosas como cualquiera.

Coincido en este último punto: el peso no debe ser un referente en el valor de la persona. Ahora, sobre la belleza y lo sexy de un cuerpo atrofiado por exceso de grasa... no me lo parece, a esos grados. Pero hay quien valora la hermosura de las muy gordas, gordas y simplemente llenitas y debo dar gracias por eso, de lo contrario jamás hubiera tenido novios o marido y debo decir que jamás me han faltado fans y siempre he tenido quien se fije en mí.

De hecho, la vida romántica no ha sido un problema. Simplemente, los hombres que no gustan de las llenitas no se me acercan, punto. El problema es lo que yo siento de mí misma. Vivo con un permanente trasfondo de insatisfacción. Siento que quien me dice “guapa” está mal de la cabeza, o miente o algo por el estilo. En fin.

La gente gorda, sobre todo en Estados Unidos, está construyendo una cultura alterna en donde esté garantizada la aceptación. Me parece saludable, aunque en principio sea algo artificial. Existen clubes, restaurantes, spas y más sitios exclusivos para gente gorda o muy gorda, en donde el ambiente es de completa aceptación y hasta enorgullecimiento de la figura pasada de peso. Se lucen vestidos preciosos, enormes, que no disimulan para nada caderas o cinturas grandísimas. No se hace ningún esfuerzo por tapar la celulitis o la flacidez. El mensaje es: gordos y felices de serlo. Y si te molesta, es tu problema.

Dentro de este movimiento hay sitios webs donde se habla del tema de peso sin hablar de la necesidad de bajar de peso, lo cual es un gran descanso. Se prefieren los temas de autoestima, modelos culturales, sexo, romance… desde una perspectiva de persona gorda, que es muy diferente al discurso dominante.

Existen ya líneas de ropa de tallas grandes y las modelos gordas han llegado a las pasarelas. No sé si por aceptación o por interés comercial, no importa. ¡Ah! y existen concursos de belleza para mujeres gordas. Desgraciadamente, no puedo concursar en ninguno: estoy baja de peso.

El “fat pride” es un movimiento muy heterogéneo, compuesto de personas sumamente excedidas de peso que defienden que la gordura es belleza, de gente delgada que aprecia a los gorditos y quieren que se les respete, de gente no tan excedida que quiere aprender a encontrar belleza en sí misma y de personas que son fetichistas de los gordos. Hay incluso hombres que se casan con una gorda para dedicarse a cebarla, excitándose al verla comer y ganar más y más peso. Raro, pero cierto.

El gran aprendizaje que he extraído, pues, del “fat pride” es el duro trabajo de amarse a uno mismo, no matter what. En todos lados se nos señala continuamente como seres de segunda o tercera, por tener la osadía de estar gordos. Hay mil estereotipos asociados al sobrepeso, entre ellos ser sucio, estúpido, maloliente… Y lo grave es que los propios gordos compramos tales conceptos.  Es sorprendente que estemos dispuestos a querer a otra persona, con todos sus defectos, y no estar dispuestos a amarnos a nosotros mismos con la misma entrega. En el fondo, procuramos ser perfectos como requisito previo para merecer nuestro propio amor.

Bajar de peso, sí. Odiarse, nunca
Estoy totalmente consciente del problema de salud que representa el sobrepeso. Aunque de hecho, sé que es mucho más peligroso (para el corazón, sobre todo), bajar y subir continuamente que mantenerse “establemente gordo”.  La quema acelerada de grasa, me explicaba un doctor, deja cenizas como residuo en el organismo, residuos que deben ser desalojados por medio de  la sangre. Si se pierde peso demasiado rápido, se sobrecarga el corazón. Y usualmente, perdemos peso muy rápido para volver a ganarlo aún más rápido.

Sé que mis huesos cargan de más, que mi condición física es deficiente, que tengo peligro de diversas cosas como presión alta, diabetes, etc. Aquí haré un aparte para decir que la gente del “fat pride” también defiende la posibilidad de estar “sano en cualquier peso”; es decir, que no forzosamente una persona gorda tiene diabetes, presión alta, infartos, etc. Incluso se ha dicho que todas esas enfermedades de la gordura son una mentira médica, para mantenernos consumiendo productos para bajar de peso. Me confieso absolutamente incapaz de dilucidar qué tanta razón tienen  o si es un completo sinsentido. Pero lo cito por ser algo interesante.

Ahora, lo que me hartó de mi sobrepeso no fue tener  una panza, sino sentir que debía ocultar esa panza. No tener los brazos gordos, sino sentir que debía esconderlos de las miradas. No usar tallas grandes, sino buscar ropa que escondiera los kilos. Porque estar gordo es una falta, un algo imperdonable. Lo que me hartó fue estarme odiando todo el tiempo y sentir que cualquiera que me conociera no podría ver mi valor, mi inteligencia ni mi capacidad porque antes que nada, y sobre todas las cosas, lo que me define es que soy gorda.

Así, llegado un punto, decidí dejar tranquilas las dietas (o mis pálidos intentos de ellas)  hasta entender qué me pasaba a nivel profundo.  Tengo 41 años y apenas lo entendí. Mi autoimagen, ese concepto que nos construye de manera inconsciente y absolutamente poderosa, giraba en torno a una sola noción: ser repulsiva.

Estoy absolutamente convencida de la verdad de las teorías que afirman que según lo que hay en nuestro inconsciente es como actuamos y lo que introducimos en nuestras vidas. Las primeras marcas de la infancia hechas por esos niños (que ojalá ya estén calvos y sin dientes) que me llamaron asquerosa, y mi nula capacidad de impedir que esa imagen entrara en mí y se afincara firmemente, me condenaron a un destino de persona gorda, como forma de cumplir ese mandato interno de ser repulsiva. Claro, repulsiva a mis propios ojos, ya que afortunadamente, la inmensa mayoría de la gente que ha entrado en mi vida no se cree esa estupidez como yo misma me la creo.

De esta manera, en el momento presente me encuentro en una situación en la que quiero desaprender el odio a mí misma, a mi cuerpo y a mi sobrepeso. No me gusta estar gorda y al mismo tiempo, quiero sentir que sea como sea, me quiero. Es una paradoja para mí y para cualquiera que esté inserto en esta cultura enferma, ya que entre nosotros, el valor de una persona pasa obligadamente por el volumen de su cuerpo, entre otras nociones igualmente superficiales.

La meta
¿Podré lograrlo? Espero que sí. Hasta ahora, despacio, pero seguro, he logrado cada cosa que me he propuesto: tener una familia,  terminar una carrera, dedicarme a escribir, sanar mi mente, tener una casa propia, dirigir una revista, y mucho más.

Sé que he encontrado el que en mi caso es la punta del hilo de una enredada madeja. Estoy centrada en decirme que soy valiosa, bonita  y puras cosas agradables por el estilo. Estoy dedicada a reconstruir mi autoimagen para que mi cuerpo responda en consecuencia, para encontrar el equilibrio para comer mejor—los atracones son autosabotaje, autocastigo—y con el tiempo, bajar de peso.

Sin embargo, bajar de peso no será el mayor logro. El mayor triunfo será descansar de la insistente sensación de desagrado hacia mi persona que no me ha dejado un minuto libre durante los últimos 30 años. Ya les contaré como me ha ido.

5 comentarios:

  1. Hermoso texto! me llegó al corazón. Besos

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  3. Caray, ¿qué te digo yo? Creo que me parezco a ti en tu faceta de 20 años... pero nunca es tarde cuando uno lee un buen texto... como el tuyo. :D Excelente, por cierto, yo nunca te clasifiqué por eso, siempre has sido un gran ejemplo de éxito para mi.

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