Orquídea Fong
Llevó la cuenta a la mesa cuatro. Con mano temblorosa mostró
la hoja de papel donde sus números torpes habían hecho una suma equivocada.
-Me está cobrando ocho pesos de más—le reclamó la clienta.
-No le hables así—murmuró el marido—no le puedes pedir mucho
a esta gente.
La mesera, de cincuenta años de edad, se supo tonta y tembló
por el miedo de perder ese empleo, obtenido de pura suerte. Sus continuas
equivocaciones y olvidos, la lentitud para moverse y la dificultad que tenía
para hacer cuentas la hacían temer lo peor.
Corrigió la cuenta, entre excusas, cobró y se fue a un
rincón, en donde tenía el café que le ayudaba a combatir el frío viento que
inundaba la taquería. Con ambas manos aferró la taza, aspiró profundamente y
por unos momentos el aroma y el calor alejaron el dolor de su corazón. Y no
lloró.
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