Tú, en mí
vuelto palabras sombrías
a falta
de tu peso
de tu paso.
Recuento de guiños
retazos de dicha:
cosecha torturada.
Tú, en mis pulmones
robando aliento
arteramente.
Consciente--y tanto--
de mi derrama
de yo vuelta pedrusco.
El transcurrir pantanoso
de mis horas
de mis días
muy allá
de ti
de lo que en tus manos crece.
Tú y yo
engarzados
sin remedio
sin descanso
sin remanso.
A mi espalda atado
a mi pecho unido
de mis palabras eco
de mis euforias causa.
No estás aquí
pero el viento ruge
y el árbol danza
y a eso me conformo.
Tú, hombre vasto
semilla
de un universo
que a mi alrededor se agita.
Entras en mí
y me estallas
me anegas.
Te me haces llanto
y mi pesar reposa.
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miércoles, 26 de septiembre de 2012
miércoles, 29 de agosto de 2012
No mueres
Cada vez que te incinero,
reverdeces.
Te asfixio,
quemo todos tus rostros y tus letras
y lanzo
fuera de mí,
nubes de cenizas.
Más tu cuerpo,
como árbol vigoroso
estalla
y se niega al desarraigo.
Voy con tu voz en la frente,
con tu sonrisa como abrigo,
con nuestras historias
caminándome en el cuerpo.
Tu nombre pinta mi boca,
moja las calles que camino.
Llueves en cada tormenta.
Caes,
cascada, sobre mí,
dentro de las hojas al viento.
Urdimbre laberíntica
de mis ojos a tus labios,
de tu risa a mi estupor,
de mi fragor
a tu silencio.
Decido,
casi a diario,
que debo desterrarte,
pues que vivas en mi aliento
no es propicio:
me deja sin carne,
come mis ojos,
escalda mi aire.
Siempre que te asesino
mediante un recuento
de muros y de abismos
encuentro que lo que me habita
es intocable.
No mueres.
No perdonas.
reverdeces.
Te asfixio,
quemo todos tus rostros y tus letras
y lanzo
fuera de mí,
nubes de cenizas.
Más tu cuerpo,
como árbol vigoroso
estalla
y se niega al desarraigo.
con tu sonrisa como abrigo,
con nuestras historias
caminándome en el cuerpo.
Tu nombre pinta mi boca,
moja las calles que camino.
Llueves en cada tormenta.
Caes,
cascada, sobre mí,
dentro de las hojas al viento.
Urdimbre laberíntica
de mis ojos a tus labios,
de tu risa a mi estupor,
de mi fragor
a tu silencio.
Decido,
casi a diario,
que debo desterrarte,
pues que vivas en mi aliento
no es propicio:
me deja sin carne,
come mis ojos,
escalda mi aire.
Siempre que te asesino
mediante un recuento
de muros y de abismos
encuentro que lo que me habita
es intocable.
No mueres.
No perdonas.
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