Orquídea Fong
Beber café es entrar al espacio donde la
libertad existe, y lo posible tiene un aroma que perseguimos, incansables.
Al primer sorbo de café, todo se pone en
orden, nuestro interior se alinea, la ansiedad se calma, llega la paz y
quedamos envueltos en una atmósfera de magia terrenal, de poder infinito que
aferramos con la mano. Se abren puertas y ventanas por las que miramos,
asombrados, todas las posibilidades que están en este mundo para que las
toquemos, las hagamos nuestras, las metamos en nuestra sangre y las hagamos
gritar.
Cuando bebo, aspiro o huelo café, lo que
era una niebla informe se convierte en palabras ordenadas e ideas afiladas. Mi
mente se desdobla por su efecto veloz, de amable alucinógeno. Hay café suave, de terciopelo; lo hay tosco y severo, también perfumado, o discreto,
y cada uno crea su propio mundo dentro y
fuera de mí.
Y por si todo esto fuera poco, el café,
milenaria bebida que es compañía y consuelo para las almas humanas--¿quién no
se siente menos solo, de madrugada camino al trabajo, si lleva un vaso caliente
con café en la mano?—no sólo nos habla hacia adentro, sino también es materia
que se deja configurar para hablar hacia el exterior, para decir de quiénes
somos y de nuestro futuro.
El futuro en el
café
Buscamos augurios en todas partes. Hacemos
que todo diga de nosotros, ya que creemos, en nuestra comprensible arrogancia
humana, que la naturaleza toda está hecha para nuestro servicio, o actúa en
nuestra contra, o nos habla, o nos amenaza. Nosotros, siempre nosotros, humanos,
en el centro de todo.
Así, hemos buscado augurios en las nubes,
en las llamas de una hoguera, en las entrañas de un animal muerto; hemos creado
sistemas de cartas, de varas, de dados, de monedas, que pretendidamente, nos
dirán los caminos que recorrerá nuestro diminuto destino personal.
Las bebidas o alimentos que dejan residuos
han sido grandes favoritas para predecir el futuro. El té, que deja al fondo de
la taza sus hojas mojadas y el café, que deja la fina o tosca arenilla (según
el molido) al final de ingerirlo, se han empleado, desde hace muchos siglos,
para atisbar a esa región ignota a la que nunca queremos llegar desprevenidos.
De Medio Oriente, según la leyenda, nos llega la amada infusión hecha de granos de café tostados y molidos y de la misma región, el arte de leer el futuro en los posos del café.
Pocos oráculos tan personales hay como este, ya que la materia prima que es vehículo del mensaje ha estado en contacto directo con nuestro cuerpo. La boca bebe el líquido, la mano sostiene la taza y el alma se entrega en el acto deleitoso de beber. Así, el polvillo que viene suspendido en la bebida, y que se va asentando poco a poco, deberá tomar la forma de nuestro destino. El café se vuelve así una forma más, de muchas, de revelar el alma del que pregunta.
Dicen los que saben que es mucho mejor
beber mientras se hace una pregunta, ya
que la intención dirige a la dócil materia para responder obedientemente. Los
labios en la taza, el beber con la intención de saber, muestra una conformación diferente a la que si la gente bebe
por beber.
Como en todo oráculo, la parte ritualística
es importante, ya que prepara la psique para algo revelador. Hay que preparar
el café con calma, con cariño y reverencia, sabiendo que nos hablará de quiénes
somos. Por eso, no están indicados los cafés de frasco, porque no dejan posos. Ni
los hechos en cafeteras eléctricas. Ni tampoco se puede leer un café que se ha
bebido con prisas y sin calma interior. Además es esencial un molido muy fino,
para que esa arenilla forme dibujos detallados.
Aunque sepamos que nuestra taza deberá ser
interpretada, tendremos que apurarla sin evitar ingerir algo del molido, porque
lo que quede en el fondo, mucho o poco, es cosa del destino. Si nos ha tocado
el fondo mismo de la cafetera, con abundantes residuos y por ello, nuestro
dibujo es muy cargado, es señal de que nos vienen días llenos de obligaciones y
arduos problemas por resolver. Si es muy ligero, o casi inexistente, tendremos
días amables, con pocas preocupaciones.
La codificación es sencilla, casi rupestre:
se buscan dibujos y se les asigna un significado. Bebés, casas, lunas, soles,
personas, rostros amables o desagradables, hablan de lo que está en camino, de
lo que deseamos y de lo que puede ser un peligro para nuestros fines.
La forma más famosa de leer el café es en
la taza, viendo los diseños que se han formado en el fondo. Pero también hay
una variante en la que los posos del café se vierten en un paño, al tiempo que
se hace una pregunta.
Si queremos iniciarnos—por curiosidad, por diversión o por auténtico
interés en las mancias—debemos ponernos en el ánimo adecuado, cumpliendo con la
parte ritual que ayuda a preparar la mente. Si queremos ser muy estrictos,
deberemos conseguir una cafetera turca (pues de Turquía viene este antiguo
arte), preparar el café en silencio, con actitud recogida, tomando total
contacto con nosotros mismos. Servirlo en una taza blanca—para café turco,
precisamente—colocada sobre un platillo
también blanco.
Servido el café, beber. Si es posible, en
total soledad, haciendo conciencia de lo que queremos saber, ya que somos nosotros
mismos quiénes daremos forma a los posos que luego interpretaremos.
Terminado el café, agitar en círculos la
taza varias veces y voltearla sobre el platillo y dejar ahí unos diez minutos,
para que desciendan los posos y el líquido sobrante escurra. Luego, tomar la
taza de nuevo y mirar los diseños formados en el fondo y las paredes.
Se dice que mientras más cerca del fondo
estén los diseños, más cercanos en el tiempo están. Que mientras más arriba
sobre las paredes de la taza, se alejan más. Lo que aparece en el fondo tiene
diversas interpretaciones según qué tan cerca del asa se encuentre.
Se dice también, que a diferencia de lo que hacen las cartas, que hablan de pasado, presente y futuro en una mixtura que el consultante, ávido de respuestas, debe descifrar por sí mismo, en el café todo lo que se dice está por ocurrir, pero nunca más allá de tres meses. Hay quien asegura que uno puede predecir cada día, bebiendo una taza en las mañanas y haciendo la debida lectura.
En este querer saber lo que vendrá hay
bueno y malo. Bueno, puesto que muchos aseguran que dan pasos más seguros. Malo
porque dejamos de confiar en el proceso de la vida. De todos modos, aunque
supiéramos todo lo que ocurrirá, seguiríamos sin tener un control completo
sobre el destino, puesto que muchas
veces se nos anuncian hechos para los que de todos modos no tenemos defensa.
Un buen libro de referencia sobre los
símbolos más frecuentes y su significado puede ser buena ayuda para quienes se
inician, ya que tal lenguaje está conformado por la experiencia de siglos
recabada por generaciones de cafemánticos.
Aunque hay otra forma, que consiste
simplemente en permitir que los suaves diseños del fondo de la taza nos hablen,
que sepamos que dicen algo aunque nuestra ceguera o sordera no
nos permitan entender gran cosa. El mirar fijamente lo que está en el fondo de
mi taza, sabiendo que habla de mí, ya que fueron mis labios los que bebieron el
líquido y con mi energía transformé la materia que flotaba, hará que sepa que
está siendo mi espejo, como lo es todo lo que se usa para adivinar. Y quizá con
la debida concentración, podré entender lo que yo misma me digo, a través de mi
taza de café.
En última instancia, proyectamos siempre lo
que somos en todas partes, en todo lo que tocamos. En cada objeto que usamos
dejamos nuestra impronta. Y todas las respuestas, pasadas, presentes y futuras,
están en nosotros, como parte que somos de la mente universal. Y la lectura del
café, como de tantas otras cosas, es solamente un camino para dejar a esas
respuestas salir a la luz de la conciencia.
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