jueves, 18 de junio de 2015

En el fondo de mi taza


Orquídea Fong

Beber café es entrar al espacio donde la libertad existe, y lo posible tiene un aroma que perseguimos, incansables.

Al primer sorbo de café, todo se pone en orden, nuestro interior se alinea, la ansiedad se calma, llega la paz y quedamos envueltos en una atmósfera de magia terrenal, de poder infinito que aferramos con la mano. Se abren puertas y ventanas por las que miramos, asombrados, todas las posibilidades que están en este mundo para que las toquemos, las hagamos nuestras, las metamos en nuestra sangre y las hagamos gritar.

Cuando bebo, aspiro o huelo café, lo que era una niebla informe se convierte en palabras ordenadas e ideas afiladas. Mi mente se desdobla por su efecto veloz, de amable alucinógeno.  Hay café suave, de terciopelo; lo hay  tosco y severo, también perfumado, o discreto,  y cada uno crea su propio mundo dentro y fuera de mí.

Y por si todo esto fuera poco, el café, milenaria bebida que es compañía y consuelo para las almas humanas--¿quién no se siente menos solo, de madrugada camino al trabajo, si lleva un vaso caliente con café en la mano?—no sólo nos habla hacia adentro, sino también es materia que se deja configurar para hablar hacia el exterior, para decir de quiénes somos y de nuestro futuro.

 El futuro en el café
Buscamos augurios en todas partes. Hacemos que todo diga de nosotros, ya que creemos, en nuestra comprensible arrogancia humana, que la naturaleza toda está hecha para nuestro servicio, o actúa en nuestra contra, o nos habla, o nos amenaza. Nosotros, siempre nosotros, humanos, en el centro de todo.

Así, hemos buscado augurios en las nubes, en las llamas de una hoguera, en las entrañas de un animal muerto; hemos creado sistemas de cartas, de varas, de dados, de monedas, que pretendidamente, nos dirán los caminos que recorrerá nuestro diminuto destino personal.

Las bebidas o alimentos que dejan residuos han sido grandes favoritas para predecir el futuro. El té, que deja al fondo de la taza sus hojas mojadas y el café, que deja la fina o tosca arenilla (según el molido) al final de ingerirlo, se han empleado, desde hace muchos siglos, para atisbar a esa región ignota a la que nunca queremos llegar desprevenidos.

De Medio Oriente, según la leyenda, nos llega la amada infusión hecha de granos de café tostados y molidos y de la misma región, el arte de leer el futuro en los posos del café.

Pocos oráculos tan personales hay como este, ya que la materia prima que es vehículo del mensaje ha estado en contacto directo con nuestro cuerpo. La boca bebe el líquido, la mano sostiene la taza y el alma se entrega en el acto deleitoso de beber. Así, el polvillo que viene suspendido en la bebida, y que se va asentando poco a poco, deberá tomar la forma de nuestro destino. El café se vuelve así una forma más, de muchas, de revelar el alma del que pregunta.

Dicen los que saben que es mucho mejor beber  mientras se hace una pregunta, ya que la intención dirige a la dócil materia para responder obedientemente. Los labios en la taza, el beber con la intención de saber, muestra una conformación diferente a la que si la gente bebe por beber.

Como en todo oráculo, la parte ritualística es importante, ya que prepara la psique para algo revelador. Hay que preparar el café con calma, con cariño y reverencia, sabiendo que nos hablará de quiénes somos. Por eso, no están indicados los cafés de frasco, porque no dejan posos. Ni los hechos en cafeteras eléctricas. Ni tampoco se puede leer un café que se ha bebido con prisas y sin calma interior. Además es esencial un molido muy fino, para que esa arenilla forme dibujos  detallados.

Aunque sepamos que nuestra taza deberá ser interpretada, tendremos que apurarla sin evitar ingerir algo del molido, porque lo que quede en el fondo, mucho o poco, es cosa del destino. Si nos ha tocado el fondo mismo de la cafetera, con abundantes residuos y por ello, nuestro dibujo es muy cargado, es señal de que nos vienen días llenos de obligaciones y arduos problemas por resolver. Si es muy ligero, o casi inexistente, tendremos días amables, con pocas preocupaciones.

La codificación es sencilla, casi rupestre: se buscan dibujos y se les asigna un significado. Bebés, casas, lunas, soles, personas, rostros amables o desagradables, hablan de lo que está en camino, de lo que deseamos y de lo que puede ser un peligro para nuestros fines.
La forma más famosa de leer el café es en la taza, viendo los diseños que se han formado en el fondo. Pero también hay una variante en la que los posos del café se vierten en un paño, al tiempo que se hace una pregunta.

Si queremos iniciarnos—por  curiosidad, por diversión o por auténtico interés en las mancias—debemos ponernos en el ánimo adecuado, cumpliendo con la parte ritual que ayuda a preparar la mente. Si queremos ser muy estrictos, deberemos conseguir una cafetera turca (pues de Turquía viene este antiguo arte), preparar el café en silencio, con actitud recogida, tomando total contacto con nosotros mismos. Servirlo en una taza blanca—para café turco, precisamente—colocada  sobre un platillo también blanco.

Servido el café, beber. Si es posible, en total soledad, haciendo conciencia de lo que queremos saber, ya que somos nosotros mismos quiénes daremos forma a los posos que luego interpretaremos.

Terminado el café, agitar en círculos la taza varias veces y voltearla sobre el platillo y dejar ahí unos diez minutos, para que desciendan los posos y el líquido sobrante escurra. Luego, tomar la taza de nuevo y mirar los diseños formados en el fondo y las paredes.

Se dice que mientras más cerca del fondo estén los diseños, más cercanos en el tiempo están. Que mientras más arriba sobre las paredes de la taza, se alejan más. Lo que aparece en el fondo tiene diversas interpretaciones según qué tan cerca del asa se encuentre.

Se dice también, que a diferencia de lo que hacen las cartas, que hablan de pasado, presente y futuro en una mixtura que el consultante, ávido de respuestas, debe descifrar por sí mismo, en el café todo lo que se dice está por ocurrir, pero nunca más allá de tres meses. Hay quien asegura que uno puede predecir cada día, bebiendo una taza en las mañanas y haciendo la debida lectura.

En este querer saber lo que vendrá hay bueno y malo. Bueno, puesto que muchos aseguran que dan pasos más seguros. Malo porque dejamos de confiar en el proceso de la vida. De todos modos, aunque supiéramos todo lo que ocurrirá, seguiríamos sin tener un control completo sobre el destino,  puesto que muchas veces se nos anuncian hechos para los que de todos modos no tenemos defensa.

Un buen libro de referencia sobre los símbolos más frecuentes y su significado puede ser buena ayuda para quienes se inician, ya que tal lenguaje está conformado por la experiencia de siglos recabada por generaciones de cafemánticos.

Aunque hay otra forma, que consiste simplemente en permitir que los suaves diseños del fondo de la taza nos hablen, que  sepamos que dicen algo aunque nuestra ceguera o sordera no nos permitan entender gran cosa. El mirar fijamente lo que está en el fondo de mi taza, sabiendo que habla de mí, ya que fueron mis labios los que bebieron el líquido y con mi energía transformé la materia que flotaba, hará que sepa que está siendo mi espejo, como lo es todo lo que se usa para adivinar. Y quizá con la debida concentración, podré entender lo que yo misma me digo, a través de mi taza de café.

En última instancia, proyectamos siempre lo que somos en todas partes, en todo lo que tocamos. En cada objeto que usamos dejamos nuestra impronta. Y todas las respuestas, pasadas, presentes y futuras, están en nosotros, como parte que somos de la mente universal. Y la lectura del café, como de tantas otras cosas, es solamente un camino para dejar a esas respuestas salir a la luz de la conciencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario